Hace algunos años, tal vez entre 1999-2000, me encontraba hablando con algunos colegas de la radio y uno de los temas de conversación era la música de Cabo Verde y sus géneros como el batuque, el kolá y pilón, el funaná, la morna y la coladeira, entre otros. Así fuimos descubriendo a exponentes como Cesária Evora (para quien debo unas líneas aparte en posteriores entregas), Tito París, Ildo Lobo, Luis Morais, Mario Lucio y Jorge Humberto, entre otros. Sin embargo, entre todos los artistas que íbamos descubriendo surgió un nombre cuya música destacaba por encima del resto, se trataba de Boy Gé Mendes , específicamente con su producción Noite de Morabeza, una producción del año 1999 hecha para el sello Lusafrica.
Nacido en Dakar, Senegal en 1952, Gérard Mendes trasladó su trabajo musical hacia Cabo Verde, siendo conocido como Boy Gé Mendes, quien ha sido una de las figuras más prominentes que han emergido de ese rincón del planeta. Sin embargo, fue a partir de 1977 cuando se trasladó a París y se dió a conocer en la capital francesa junto a su hermano Jean-Claude, y los músicos Luis Silva y Emmanuel \»Manu\» Lima, formaron un grupo totalmente caboverdiano, el cual llamaron The Cabo Verde Show, que se convirtió en el grupo más representativo de la comunidad exiliada en Francia y Holanda. Con los años, Mendes se lanzaría como solista con producciones como Grito De Bo Fidje (1989) Sururu (1995), Di oro (1996), Lagoa (1997) y Noite de Morabeza (1999).
En mi opinión, Noite de morabeza es uno de sus trabajos más sólidos y que muestra con amplitud la versatilidad de Mendes. A partir de los primeros compases comienza el viaje nostálgico, delicado y sentimental por el alma y el sentimiento caboverdiano. En este disco conviven las mornas naturales de Cabo Verde, el fado portugués, la influencia notoria de la música de Brasil, las raíces senegalesas expresadas en el tambor y la cadencia rítmica así como aromas provenientes de otros lugares del planeta. Nada sobra y nada falta en esta producción hecha para mostrarnos la profundidad, seriedad y la delicadeza con que Boy Gé Mendes ha encarado este disco. Aparte mención merece su voz cálida, dulce y melancólica, la cual nos transmite toda la “sodade” y el sentimiento y el alma del pequeño archipiélago. El espíritu caboverdiano (valga el término) llegaba para hacerse presente, para demostrar que las islas no solo sirvieron, en tiempos ancestrales, para refugio de piratas, mercaderes o navíos que surcaban el océano. Esta producción nos crea un ambiente lleno de diversos matices que nos invitan a pasearnos por algunos de sus paisajes, por su cultura y por esos sonidos que durante tantos años han hecho morada en ese lugar. Allí está una música, un sentimiento, un trabajo creador hecho para mostrar parte de la riqueza musical de un archipiélago de origen volcánico ubicado en aguas del atlántico en la costa noroeste de África.
Diversas culturas hacen vida en esta música, es por ello que se aprecian influencias portuguesas, africanas, brasileñas y antillanas, lo cual nos da a entender la amplitud de un creador que apuesta por tender puentes y borrar fronteras. De igual manera la participación de músicos provenientes de diversas latitudes como Mario Canonge, Thierry y Jean-Philippe Fanfant, Xavier Dessandre, Alan Hoist, Bago y Ravi Magnifique, entre otros.
Es uno de mis discos favoritos, siempre me acompaña.
Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.
Seguimos en clave…