La realidad y la fantasía se hacen compañía de manera sutil, prueba inequívoca de que se puede coexistir sin necesidad de estorbar. Allí convergen sueños y realidades, mitos y leyendas, amores y dolores, casi como en cualquier universo que se intente explorar. Así es este universo que ha sido testigo de tantas historias, muchas de ellas expresadas en sonidos y silencios. Sin embargo, cuando se trata de adentrarnos en la música de Brasil, la cosa pasa a otra dimensión. Recuerdo que al dar mis primeros pasos por la música brasileña me preguntaba por dónde empezar. ¿Serían Antonio Carlos Jobim o Heitor Villa-Lobos las primeras referencias a las que debería acudir? ¿O, más bien, entraría por la corriente del Tropicalismo? ¿Que tal si la vía fuese las melodías de Cartola, Pixinguinha o Dorival Caymmi? Quizás yo estaba buscando argumentos o razones que me indicaran por dónde iniciar el recorrido.
Gracias a oportunos y sabios consejos de amigos melómanos, mis primeros pasos en la música de Brasil fueron – menuda coincidencia – a través de un disco de características particulares: Vinicius de Moraes en La Fusa con María Creuza y Toquinho (1970). Muchos años después, tal vez hacia finales de la década del 90, estaba revisando varias secciones de una discotienda en Valencia, Venezuela, y mi vista se fijó en este disco. Nada más al ver los protagonistas de esa obra pensé que el disco sería bueno, tomando en cuenta que para ese entonces mis conocimientos sobre a música de Brasil eran muy escasos. Lo incluí en mi compra de esa tarde sabatina. A los pocos días me reuní con mi amigo y colega Carlos Caldera, un verdadero especialista en las lides brasileñas y a quien siempre consulto cuando tengo alguna duda en relación a Brasil y su música . Con cierta timidez le mostré el disco y me preguntó que dónde lo había comprado ya que el tenía años buscando ese título y no lo había conseguido. Carlos me comentaba que era un disco histórico, fundamental, imprescindible y que lo que tenía en mis manos era una verdadera joya. Tuve eso que llaman \»olfato de gol\», así como Romario en sus buenos tiempos.
Este disco fue grabado en vivo en Argentina en 1970, año en que Brasil se titulaba Campeón Mundial de Fútbol por tercera vez, donde lo musical destaca por la expresividad vocal de María Creuza, la destreza y virtuosismo de un joven Toquinho en la guitarra y la voz áspera y cálida del poeta Vinicius de Moraes. Sin embargo, este disco contó con la participación de algunos músicos argentinos como Mario “Mojarra” Fernández en el contrabajo, Enrique “Zurdo” Roizner en la batería y Fernando Gelbard junto a “Chango” Farías Gómez en la percusión y que contó con la producción de Alfredo Radoszynski. Este disco es una muestra muy clara del panorama de la música de Brasil en ese momento, una grabación histórica, un disco que se ha vuelto clásico y que, con el pasar de tiempo, resulta imprescindible en la banda sonora de mis latidos.
Sin embargo, en las notas internas del disco (Agosto de 1970) el poeta Vinicius de Moraes explica muy bien el asunto:
La idea de hacer un LP del show que presenté recientemente en La Fusa (el adorable café concert de Silvina y Coco Pérez) junto a la cantante bahiana Maria Creuza y al guitarrista y compositor paulista Toquinho (Antonio Pecci Filho), encontró respuesta inmediata en la sensibilidad de Alfredo Radoszynski, director del sello Trova. Tratándose de un disco para el gran público y no solamente para una minoría de aficionados, le sugerí a Alfredo que lo grabáramos en el estudio, para evitar las distorsiones comunes en las grabaciones en vivo, donde el artista tiene que estar más atento al público que a los aparatos de reproducción sonora. Así lo hicimos, grabando también el ambiente de La Fusa y el calor de los aplausos que el público porteño nos brindó en nuestros recitales. […] Le pedí entonces a mi amigo Alfredo que invitara a dos excelentes músicos argentinos con los cuales había trabajado en noviembre de 1969 en el teatro Émbassy. Se trataba de Mario Mojarra Fernández y Enrique Zurdo Roizner, quienes cumplieron su labor a la perfección. Fueron dos sesiones nocturnas que finalizaron con las primeras luces del día, totalizando 16 horas de trabajo en un ambiente de bohemia, de gran cordialidad; donde no faltaron los elementos primordiales: botellas de whisky y mujeres bonitas. Registramos nuestro show con aquel mismo espíritu de íntima comunicación e informalidad que nos gusta para transmitir nuestras canciones. El resto se debe a los oídos afinados de técnico de Gerd Baumgartner y los buenos oficios de Mike Ribas, cuya colaboración fraterna agradecemos profundamente.
Vinicius de Moraes, agosto de 1970. Notas internas del disco
Esto me abrió las puertas a un universo musical de características muy especiales: Ritmos intrincados pero extremadamente contagiante, emotividad expresada en cada una de las vertientes que en este disco se daban cita, la característica saudade que marca el estado de ánimo del brasilero, la sensibilidad a la hora de componer y expresar lo escrito, así como un sin fin de razones que, hoy día, sigo intentando describir y que me van a faltar palabras y tiempo para poder hacerlo. De allí en adelante todo ha sido cuestión de abrir muy bien los oídos, de dejarme seducir por la brisa que baja del Corcovado, por las olas que acarician a la mítica Salvador de Bahía, por el acelerado ritmo de vida Paulista, por la magia que se esconde en la selva amazónica, por la forma como un pueblo danza y siente los 4 días dedicados al Rey Momo.
Sigo explorando, ya sin el temor a quedarme extraviado. Si eso llegase a suceder, la Cruz del Sur me guiará para retomar la senda correcta y seguir recorriendo, a golpe de surdo, repinique, caixa, pandeiro y cavaquinho, las diversas rutas de un universo aparte. Razón tenían mis amigos Carlos Caldera y Adriana Pedret cuando me decían que una vez que se traspasa la puerta que conduce al universo musical brasileño, es imposible volver atrás.
Si usted quiere internarse en la música de Brasil, este disco será una apuesta segura hacia el disfrute, un verdadero jogo bonito para el alma.
Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.